LILA
Salió a caminar muy temprano esa mañana, las primeras tenues luces de
aquel frío día de otoño lo esperaban en la calle. El camión con el reparto de
diarios lo obligó a pararse en la esquina antes de cruzar y el aroma de la panadería lo atrapó por un
momento.
Molesto por el humo que aquel colectivo dejó a su paso y resintió su
nariz por un instante, apresuró la
marcha. Era imprescindible que no lo alcanzara la plena luz del día. Había
planeado durante toda la semana, en su paso rápido por aquella casa, cómo
hacerlo.
Sabía que corria riesgos y que debía ser silencioso, rápido y certero.
Pero nada le impediría llegar hasta su
objetivo. Hacía mucho tiempo que la buscaba y no era común verla con
esas características, el tamaño ideal y la forma exacta, el aroma exquisito y
un lila muy suave casi aterciopelado. Perfecta, única, ajena... hasta hoy.
A medida que se acercaba, sus pies parecian tomar más lijereza y su
corazón se agitaba ansioso. Emocionado imaginaba lo mucho que a ella le
gustaría, hacia tanto tiempo que se las había prometido, y le había costado
tanto encontrarlas. Sabía desde siempre que eran sus preferidas.
Al llegar a aquella casa extraña;
ágil y silenciosamente se trepó a las rejas que daban al jardín, con la
precaución de no ser descubierto, sus
movimientos fueron seguros y rápidos. Provisto de unos guantes y de una pequeña
tijera retráctil, cortó cuidadosamente tres pimpollos de rosa de un color
violaceo claro, perfectamente sanos, en su estado perfecto de apertura, y en su
más empecinada belleza.
Se retiró tan silenciosamente como llegó y, con su tesoro conquistado, volvió presuroso a su casa, a prepararse para
el gran acontecimiento y a culminar su tan preciado obsequio.
Había comprado días atrás un exquisito papel de envoltura en tonos
azules y rosas en degradeé, con su cinta de color lila oscuro. Con mucho amor y
pasión, preparó delicadamente aquellos jóvenes pétalos en flor.
Luego de una ducha, sacó de su
ropero aquel traje de los domingos que una semana atrás había guardado. En el
pequeño espejo instalado en su baño, acomodó su gris melena, sacó aquel perfume
que a ella tanto le gustaba y ya listo para partir, salió de su casa silvando
un tango y llevando en sus manos un delicado ramo de rosas que ni la florería
más exclusiva de la ciudad hubiese logrado preparar.
Cuarenta minutos después, de pie frente a aquella foto que tanto le
gustaba y que mostraba la leyenda "Mi Lila siempre estarás conmigo",
con la emoción de un novio y el dolor de un hombre, depositó aquel ramo sobre
la reciente tumba allí construída, al mismo tiempo que con sus voz quebrada de
dolor y alegría a la vez decia -"viejita, te las conseguí, te las traje,
¿viste que lindas que son tus tan deseadas rosas lilas?"-
1 comentario:
Ante todo decirte que me alegro mucho que hayas vuelto a escribir. Es un pequeño gran paso.
El relato me gustó. Tiene un tenor de tristeza y un giro de rosca al final.
Seguí, no dejes...
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