domingo, 11 de noviembre de 2012

Sembrador
 
En la aridez de mi cuerpo
araste, hiciste surco
y sembraste
 
Con la vertiente de tu ser
regaste toda mi piel
y brotaron de mi superficie
rojizos retoños de rojo placer.
 
Con tu masculina vitalidad
fertilizaste todos mis deseos
y cosechaste en todo mi cuerpo
frutos maduros y nuevos...
 
 
 




Miel
 
Miel en tus ojos
miel en tus manos
miel en tu boca
miel en tu piel
 
Miel en tu hombría
miel en tu cuerpo
miel en tus besos
miel en tu piel
 
Miel que me altera
miel que me excita
miel que me embriaga
miel en tu piel
 
 
 
Dulce y ardiente miel
en tu mirada color miel....

domingo, 9 de septiembre de 2012

Relato de un alma silenciosa

 

 …Parada frente al espejo de su baño, coloca con dificultad la bolsita que contiene el frío hielo sobre su mejilla izquierda primero, y sobre el párpado del mismo lado después...lo que ve frente a sus ojos no es una imagen nueva; se pregunta si esta vez se pondrá tan de un morado profundo cómo hace algunas semanas, afortunadamente tenia esos grandes anteojos de sol que pudieron disimular al menos un poco la extensión de lo amoratado de su rostro.
Son las 7 de la mañana y mientras se encuentra con su imagen reflejada se da cuenta que aquella afirmación la dejó atónita-"¡¡¡Vos me provocás y yo me pongo loco!!!!"- le dijo. Inmediatamente en su mente comenzaron a surgir las preguntas, ¿qué hice mal?, ¿cómo hago para que esté contento?, ¿en qué me equivoqué?, ¿por qué soy tan inútil?...él tiene razón... a veces soy muy boluda y tengo que aprender a quedarme callada, a no contradecirlo, a estar siempre sonriente...si él me quiere, y no lo hace a propósito, él me quiere y me quiere mucho, siempre me lo dice. Cuando está bien es tan bueno conmigo, me cuida a mí y a mis hijos. Tengo que buscar la manera de que las cosas funcionen y si veo que vuelve una de estas noches así, debo mantenerme callada, quieta...si en un rato se dormirá y yo podré seguir durmiendo tranquila. Y si no se duerme y está muy alterado como las otras noches, me hago la dormida y espero que se le pase, se desmaye en la cama y me levanto.  Debo admitir que el hedor a alcohol muchas veces es muy difícil de soportar, y ni hablar de esas ocasiones en las que viene obstinado y quiere besarme, y tener relaciones...afortunadamente es tal la borrachera que mucho no le dura y en el momento menos pensado empieza a roncar, y yo me doy vuelta y me alejo un poco en la cama para poder respirar sin sentir ese olor insoportable que impregna todas mis sábanas…
 





LILA

Salió a caminar muy temprano esa mañana, las primeras tenues luces de aquel frío día de otoño lo esperaban en la calle. El camión con el reparto de diarios lo obligó a pararse en la esquina antes de cruzar  y el aroma de la panadería lo atrapó por un momento.

Molesto por el humo que aquel colectivo dejó a su paso y resintió su nariz por un instante,  apresuró la marcha. Era imprescindible que no lo alcanzara la plena luz del día. Había planeado durante toda la semana, en su paso rápido por aquella casa, cómo hacerlo.

Sabía que corria riesgos y que debía ser silencioso, rápido y certero. Pero nada le impediría llegar hasta su  objetivo. Hacía mucho tiempo que la buscaba y no era común verla con esas características, el tamaño ideal y la forma exacta, el aroma exquisito y un lila muy suave casi aterciopelado. Perfecta, única, ajena... hasta hoy.

A medida que se acercaba, sus pies parecian tomar más lijereza y su corazón se agitaba ansioso. Emocionado imaginaba lo mucho que a ella le gustaría, hacia tanto tiempo que se las había prometido, y le había costado tanto encontrarlas. Sabía desde siempre que eran sus preferidas.

Al llegar a aquella casa extraña;  ágil y silenciosamente se trepó a las rejas que daban al jardín, con la precaución  de no ser descubierto, sus movimientos fueron seguros y rápidos. Provisto de unos guantes y de una pequeña tijera retráctil, cortó cuidadosamente tres pimpollos de rosa de un color violaceo claro, perfectamente sanos, en su estado perfecto de apertura, y en su más empecinada belleza.

Se retiró tan silenciosamente como llegó y,  con su tesoro conquistado,  volvió presuroso a su casa, a prepararse para el gran acontecimiento y a culminar su tan preciado obsequio.

Había comprado días atrás un exquisito papel de envoltura en tonos azules y rosas en degradeé, con su cinta de color lila oscuro. Con mucho amor y pasión, preparó delicadamente aquellos jóvenes pétalos en flor.

 Luego de una ducha, sacó de su ropero aquel traje de los domingos que una semana atrás había guardado. En el pequeño espejo instalado en su baño, acomodó su gris melena, sacó aquel perfume que a ella tanto le gustaba y ya listo para partir, salió de su casa silvando un tango y llevando en sus manos un delicado ramo de rosas que ni la florería más exclusiva de la ciudad hubiese logrado preparar.

Cuarenta minutos después, de pie frente a aquella foto que tanto le gustaba y que mostraba la leyenda "Mi Lila siempre estarás conmigo", con la emoción de un novio y el dolor de un hombre, depositó aquel ramo sobre la reciente tumba allí construída, al mismo tiempo que con sus voz quebrada de dolor y alegría a la vez decia -"viejita, te las conseguí, te las traje, ¿viste que lindas que son tus tan deseadas rosas lilas?"-
 
 
 

Decisión

 

Instintiva e inconscientemente esquivó aquella caricia. Hacía tiempo que lo notaba, que lo sentía; algo había cambiado, lenta e imperceptiblemente. ¿Dónde había quedado esa admiración que sentía hacia él?, ¿ qué indiferencia notoria crecía en ella?.

Luego de algún tiempo de compartir sus vidas, sentía que, indefectiblemente algo se había roto muy profundamente en ella. Su alma lejana e insensible ya no se sentía completa ante su presencia. Su deseo, otrora ardiente, era a veces hasta lastimoso. Su piel,  sus manos, su boca estaban hastiados de la rutina y el frío que sentía al contacto de su cuerpo la congelaba.

Casi sin pensarlo, mecánicamente comenzó a preparar su valija. Aturdida, fuera de sí pero al mismo tiempo ansiosa, fue recorriendo cada rincón de la casa, llevando sus posesiones más significativas. Se sorprendió de que sus querencias solo entraran en aquel pequeño equipaje. ¿Acaso ya hacía algún tiempo que había comenzado a irse de allí?

Sin explicaciones, sin notas, sin advertencias; solo se dirigió hacia la puerta y salió. Comenzó a caminar por aquella avenida, ajena a la gente y a los autos, sola con su alma, su cuerpo, su pequeña maleta. Sonrió serenamente, miró aquel cielo brillante y despejado y se perdió entre la multitud, libre, feliz, viva.


Una frase en un banco

 Aquel domingo perezoso y fresco se anunció con el sonido de  risas y cantos de un grupo  que pasaba por la vereda de su casa haciendo alboroto, seguramente madrugados, volviendo de alguna disco, con la frescura , el desenfado y la libertad de todos los jóvenes a esa edad.

Miró la hora y decidió quedarse un rato más en la cama, “haciendo fiaca”, disfrutando del placer de la no madrugada del día no laboral. Dormitó un poco, soñó de a ratos y pasados unos cuantos minutos decidió abandonar la cama. Se levantó sin prisas, sin presiones. Disfrutó de una ducha caliente, sin apuros, sin reloj.

Preparó su desayuno y decidió escuchar un poco de música mientras disfrutaba de sus mates mañaneros junto a unas tostadas con manteca y mermelada de duraznos preparada por las septuagenarias manos de su querida abuela.

Ritualmente ordenó algo del desorden de su casa, acompañó la tarea con algunos sahumerios y el sonido de su grupo favorito y, al terminar,  decidió salir a caminar por la ciudad tranquila y calmada de un domingo quieto. Se calzó sus zapatillas y su ropa deportiva y salió a la calle con los primeros rayos del sol que llegaban hasta ella entre tantos altos edificios.

Siempre le llamaba la atención lo distinto que la ciudad se veía sin tanto alboroto, ni bullicio. Toda esa calma le permitía descubrir encantos y lugares especiales a lo largo de su trayecto. Por eso elegía ese día cada semana.

Recorridas algunas calles, luego de casi media hora de caminata, llegó al verde parque que se encontraba en el medio de la ciudad y se adentró en sus arboladas avenidas dejándose llevar por la naturaleza que la rodeaba. Luego de unos minutos llegó hasta el pequeño lago situado en el centro del parque y decidió descansar y sentarse en un típico banco de madera, lleno de inscripciones y desgastado por el uso. Curiosamente comenzó  a recorrer y leer las palabras que poblaban aquel viejo descanso, algunas profundamente grabadas, otras casi a punto de desaparecer. La mayoría esculpidas en la dura madera y algunas de ellas hechas con el típico  corrector blanco acaso un poco más débil y más rápidamente borradas por el tiempo y el roce.

 Le llamó poderosamente la atención una frase escrita a lo largo del respaldo, en imprenta, cuidadosamente plasmada: “En tus venas mi sangre, vivo por vos”  oct/68.

Comenzó a imaginarse cómo serían los dueños de aquellas palabras, supuso que lo habría escrito él para la mujer que le quitaba el aliento y despertaba su eterno y vital amor. Les puso nombres: Juan y Ana, los imaginó jóvenes y alegres, desprejuiciados,  entre abrazos y besos, con los dedos entrecruzados recorriendo las calles y terminando indefectiblemente sentados en aquel banco. Él,  acariciando su pelo, ella, besando suavemente su rostro y sus manos. Los pensó con mocasines de tacos gruesos y plataformas, pantalones elefante, minifalda, cabellos largos, alegres.

 Tuvo una extraña y agradable sensación pensándolos, volando en el tiempo y creando con su imaginación toda una escena llena de amor. La hizo sentir bien, la hizo sonreír. Deseó  que, aunque sea un poco, aquella simple y a la vez profunda  frase la contagiara de alegría y pasión que, aunque sea un poco, pudiera llevarse con ella la hermosa sensación de estar compartiendo en otro espacio y otro tiempo una bella historia de dos amantes. Se quedó así un rato, con la mirada perdida en el cielo y una tímida sonrisa esbozada en su rostro.

Luego de unos minutos,  un pequeño perro con sus ladridos la alejó abruptamente de sus pensamientos y la trajo de nuevo a su realidad. Sin embargo, se sentía bien, feliz, sonriente, envuelta en una agradable sensación difícil de describir pero fácil de disfrutar.

Se puso de pie, acarició aquellas letras, sonrió nuevamente y regresó a su casa con el convencimiento de que “Juan y Ana” habían sido felices toda una vida juntos,  unidos por un hermoso sentimiento. Y  que, ahora ancianos vivían en algún lugar no muy lejano, rodeados de hijos y nietos frutos de su gran amor.

Ese pensamiento  la hizo sentir bien, optimista, soñadora y le regaló una incomparable sensación por el resto de su día.