domingo, 19 de mayo de 2013

Ese viejo sauce es testigo

La tarde de primavera resultaba exquisita para la emoción que  embargaba su alma. La explosión de naturaleza, los frutales florecidos, el verde resurgiendo, lo inspiró a respirar profundamente y a sonreír mientras avanzaba por aquel sendero.

El sol, en su perfecto fondo limpidamente celeste, le acariciaba la piel y entibiaba su camino. La luz del día parecía hacer  más profundos los matices de colores que la comarca ofrecía. Bordeando su camino podian verse preciosas flores silvestres en tonos azulados...no pudo evitar la tentación de cortar una de ellas y llevarla en su mano, percibiendo a cada instante el ausente aroma de la misma.

Había caminado muchas veces aquel sendero, pero no recordaba haberlo hecho cargado de tantas ilusiones y pensamientos. Su imaginacion recorría a cada instante la meta que lo movilizaba y le daba vida al esperado encuentro. Ensayaba mentalmente distintos diálogos, expresiones, muecas, gestos... pero todos finalizaban igual...en su rostro, en su cabello, en sus ojos...

¡qué ganas tenia de correr! ¡qué ganas de volar! ¡cuánto camino aún le quedaba!

La jornada previa al presente día, luego de tantos meses de insistencia...ella...finalmete había cedido, finalmente había aceptado su invitación...finalmente había hecho feliz a su corazón y lo había llenado de esperanzas.
El punto de encuentro era un añejo y perfecto sauce a orillas del río.

Su corazón se aceleró al percibir el sonido del agua correntosa y al divisar la copa de viejo árbol.
A medida que avanzaba y se acercaba , hubiese dado lo que fuera para sacar todos esos arbustos que le impedian verla aún....

Caminó un trecho más...y se quedó inmóvil, estupefacto, petrificado...
allí estaba...la observó unos instantes, todo alrededor parecia más bello en cuanto su mirada se posaba en las cosas, el dorado de su pelo se movia graciosamente con la suave brisa a orillas del río...

De repente, ella giró su cabeza, lo miró, le sonrió y lo inundó de amor, lo estremeció hasta lo más profundo de su ser...

Él avanzó, acarició su mejilla con sus labios, la miró profundamente , le entregó la pequeña flor azul y se convenció que no había tenido un día más maravilloso que este.
 




Mirarse...

Era chiquita, tan chiquita que apenas se la veía. Tan chiquita que en cualquier momento desaparecería y nadie lo notaría.
Se sentía sola, ya que solo las personas muy perceptivas la descubrían, teniendo en cuenta que hay muy pocas, pero muy pocas personas con esa capacidad.
Tenía miedo a desaparecer y tomó la decisión de mirarse en un espejo cada  día. Si nadie la notaba, al menos ella lo haría.
Así pasaron los días y, sorprendentemente, al mirarse a si misma día tras día, comenzó a crecer, comenzó a hacerse visible y logró entender que nadie nos ve, nadie nos nota,  hasta que nosotros mismos aprendemos a vernos, a aceptarnos, a querernos.
A partir de ahí comenzamos a existir....a ser.